Hay que ponerse
grandes objetivos, pues con esfuerzo y constancia, podemos llegar a conseguir
aún más de lo que nos propongamos.
La primera vez
que Luca oyó hablar de la Isla
de los Inventos era todavía muy pequeño, pero las maravillas que oyó le sonaron
tan increíbles que quedaron marcadas para siempre en su memoria. Así que desde
que era un chaval, no dejó de buscar e investigar cualquier pista que pudiera
llevarle a aquel fantástico lugar. Leyó cientos de libros de aventuras, de
historia, de física y química e incluso música, y tomando un poco de aquí y de
allá llegó a tener una idea bastante clara de la Isla de los Inventos: era un
lugar secreto en que se reunían los grandes sabios del mundo para aprender e
inventar juntos, y su acceso estaba totalmente restringido. Para poder
pertenecer a aquel selecto club, era necesario haber realizado algún gran
invento para la humanidad, y sólo entonces se podía recibir una invitación
única y especial con instrucciones para llegar a la isla.
Luca pasó sus
años de juventud estudiando e inventando por igual. Cada nueva idea la convertía
en un invento, y si algo no lo comprendía, buscaba quien le ayudara a
comprenderlo. Pronto conoció otros jóvenes, brillantes inventores también, a
los que contó los secretos y maravillas de la Isla de los Inventos. También ellos soñaban con
recibir "la carta", como ellos llamaban a la invitación. Con el paso
del tiempo, la decepción por no recibirla dio paso a una colaboración y ayuda
todavía mayores, y sus interesantes inventos individuales pasaron a convertirse
en increíbles máquinas y aparatos pensados entre todos. Reunidos en casa de
Luca, que acabó por convertirse en un gran almacén de aparatos y máquinas, sus
invenciones empezaron a ser conocidas por todo el mundo, alcanzando a mejorar
todos los ámbitos de la vida; pero ni siquiera así recibieron la invitación
para unirse al club.
No se
desanimaron. Siguieron aprendiendo e inventando cada día, y para conseguir más
y mejores ideas, acudían a los jóvenes de más talento, ampliando el grupo cada
vez mayor de aspirantes a ingresar en la isla. Un día, mucho tiempo después,
Luca, ya anciano, hablaba con un joven brillantísimo a quien había escrito para
tratar de que se uniera a ellos. Le contó el gran secreto de la Isla de los Inventos, y de
cómo estaba seguro de que algún día recibirían la carta. Pero entonces el joven
inventor le interrumpió sorprendido:
- ¿cómo? ¿pero
no es ésta la verdadera Isla de los Inventos? ¿no es su carta la auténtica
invitación?
Y anciano como
era, Luca miró a su alrededor para darse cuenta de que su sueño se había hecho
realidad en su propia casa, y de que no existía más ni mejor Isla de los
Inventos que la que él mismo había creado con sus amigos. Y se sintió feliz al
darse cuenta de que siempre había estado en la isla, y de que su vida de
inventos y estudio había sido verdaderamente feliz.
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